correspondencias
Querida Alexandra:
Ha comenzado a llover cuando he decidido escribirte. Son las 22:49h de la noche, es sábado y estoy sola. Creo que tendría que estar escribiendo esto en un cuaderno nuevo que mi pareja me regaló ayer. Hace semanas encargué un diario pero me equivoqué de tamaño y escribir en él me produce vértigo. Como si tuviera que llegar a un mínimo de palabras escritas al día cuando en verdad, muchas veces, no tengo nada que decir. Escribirte, sin embargo, me resulta demasiado fácil, demasiado cómodo.
He abierto tu libro después de devorar sin hambre una tortilla y una patata cocida para asegurarme de que el cuerpo crece, me he dedicado a escribir en los márgenes de tu relato: Yo también tengo esos sueños, Ale (segundo párrafo, página 20); yo hablo con mi hermana y con mamá (misma página, último párrafo); a mi también me gustaría hacerlo (lista de objetivos, página 42).
He perdido el pequeño marcapáginas que Sam me regaló junto al libro. Juraría que estaba aquí, encima del escritorio blanco, pero no hay nada más que un lapicero de color azul, mordido y roto. Le he contado a mi pareja que estoy escribiéndote esta carta: creo que es la manera más bonita de decirle qué me ha parecido su libro.
Llevo escritas diecinueve páginas de un diario curado. Me sorprende la fecha en que comencé a escribir para este proyecto, fue hace dos veranos en un pequeño pueblo de Castellón mientras mi pareja dormía. De esos cuadernos, que aún conservo, escogí pequeños fragmentos que relataban el dolor de un cuerpo enfermo, construí mi propia caricatura.
He decidido seguir escribiendo hasta que me marche de aquí, de esta casa, de este lugar. No sé qué pasará entonces si el eje de la escritura siempre ha sido el mismo. Me pregunto cuántas veces y de qué maneras distintas podemos llegar a narrar la misma historia, una y otra vez, como si el sujeto principal fuera otro. Me pregunto si acaso no somos nosotras las que cambiamos según avanza la escritura.
Ayer escuché el caso de una niña que antes de morir escribió los nombres de sus agresores en su cuerpo. La escritura es algo más que un acto político o literario, es un arma, funciona igual que el filo de un cuchillo. Si mi escritura emerge de la rabia, ¿qué pasará cuando otros me vean? ¿Adónde señala la herida?
Si has recibido esta carta querrá decir que ya me he marchado de viaje. Tengo apoyada en la cercanía de mis manos una cámara analógica que compré el verano pasado antes de llegar a Tailandia. En el interior de esa cámara descansa la película que me regalaste aquella tarde de junio mientras llovía y yo derramaba el té de frutas sobre la mesa. He pensado retratarte los próximos días que pase en Mojácar. Desconozco qué ocurrirá al registrar la vida con una película caducada.
Me emociona pensar que esta sea la primera carta de muchas. Quiero que sepas que en ella la escritura ha sido pausada: algunas partes permanecen mientras otras ya no se encuentran aquí, he escrito en lugares y momentos distintos. Comencé a escribirte a finales del mes de mayo cuando leí las primeras páginas de tu novela.
Te he dejado en el interior de esta carta una fotografía que mi pareja me hizo en Tailandia. Quiero que la tengas. Aunque aquel día me sentí insegura y sola, verme en ella me produce cierta ternura. Pienso que en eso consiste la vulnerabilidad: tener el coraje de amar aquellas cosas que algún día nos hicieron sentir avergonzadas y alzar la voz por todas ellas, compartirlas.
Ojalá estas palabras lleguen a su destino y te hagan compañía pronto. Quién sabe dónde estaré cuando escriba la próxima carta, quizá esté subida al tren que me lleve de vuelta a casa desde Madrid.
Qué bonita la tormenta, Ale. Aunque dudo de que a estas alturas deje de llover.
Las cosas se mueven para que yo las pueda ver.
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«También sueño mucho con mi padre. Sueño que le digo un montón de cosas que nunca he podido decirle de frente. Incluso en mi imaginación mi discurso es torpe, las palabras salen atropelladas y siempre hay personas alrededor tratando de convencerme de lo bueno que es. Alguna vez ha sido un sueño sexual. Creo que soñamos que nos acostamos con nuestro padre porque queremos comprobar que realmente es un extraño».
Esto no es un hogar, alexandra suzzarini
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