• «La primera guerra a veces es la casa».

    Entre los rotos, Alaíde Ventura Medina

  • «Durante toda mi vida, gran parte de la cual había pasado en soledad, desarrollé el hábito de hablar en voz alta, a mí misma o al entorno: a veces era para reunir valor, alguna palabra amable para ayudarme a seguir adelante a pesar de todo; en otras ocasiones para expresar observaciones sobre el paso del tiempo. En la cuenca del lago, mi voz regresaba a mí, y sonaba cercana, más íntima que nunca».

    Manual para la obediencia, Sarah Bernstein

  • «Yo quería ser buena en este mundo terrible».

    Manual para la obediencia, Sarah Bernstein

  • «Tenía tantas ganas de vivir mi vida, quería enfrentarme a ella, sobre todo, quería que algo ocurriera, que este horrible anhelo quedara satisfecho. ¿Qué había debajo de todo, vibrando bajo los rostros de la gente que veía, en sus expresiones? ¿Qué aullidos contenidos ahí, por decoro, por cobardía, por miedo a hundirse?».

    Manual para la obediencia, Sarah Bernstein

  • «Si algo había aprendido era que no tenía otro pueblo que no fueran ellos, y sin embargo, durante mi vida adulta, y aunque busqué por todos lados, nunca parecía haber nadie cerca».

    Manual para la obediencia, Sarah Bernstein

  • «A perder se empieza, también, desde la palabra».

    Maldeniña, Lorena Salazar Masso

  • «Solo una vez estuvo a punto de perder el puesto: cuando defendió a un grupo porque una de las profes los mandó callarse, fingirse mudos durante toda su clase, no preguntar, no pararse al baño, no respirar fuerte. Con la cabeza caliente se paró frente a la rectora –alta y gruesa– y le soltó que era pecado quebrar así a un niño, que para ellos el silencio era pesado. ¿Por qué ignorarlos, dejar de hablarles, si se les puede pegar y con eso aprenden? Sí, aprenden a través del cuerpo: a hablar, a escribir, a obedecer».

    Maldeniña, Lorena Salazar Masso

  • «Los locos cargan un palo; las locas, una palabra».

    Maldeniña, Lorena Salazar Masso

  • «La niña creció, ya sabe hacerse los días entre gente borrosa».

    Maldeniña, Lorena Salazar Masso

  • «¿Por qué mi hermano guardaría fotografías donde no aparece él? Quisiera leer este gesto como una confesión cobarde de que mi existencia también fue de algún modo parte de él mismo. Su rostro un día fue mi espejo. Una imagen rota, cada pedazo un yo distinto. Un arma posible. Los vidrios con los que hacerse daño».

    Entre los rotos, Alaíde Ventura Medina