Herbario de ninfas por Andrea Mateos

La escritura de Eli es una escritura corporal, de magulladuras, pero también de reivindicación y de guerra. De persistencia. Una escritura roja, que sangra y se desliza como un coágulo por la piel abierta. El alimento ahonda en la herida primigenia, se cuestiona quiénes somos a pesar de los demás, sus linajes heridos y heredados, y pone frente al espejo el concepto de la hijidad, esa maternidad que sí nos atraviesa a todas porque, aunque no todas somos o vamos a ser madres, en cambio, todas hemos sido expulsadas de otro cuerpo que nos ha dado la vida.

¿Qué te inspiró a explorar el dolor y el concepto de la hijidad en tu poesía, y cómo ha influido tu propia experiencia en la creación de este poemario?

Me encantaría recordar el nombre de una artista a la que llegué por casualidad hace varios años, antes de comenzar a escribir el libro, para responder esta pregunta. Aquella mujer tenía un proyecto multidisciplinar en el que, a través de un texto y una serie de fotografías, dialogaba con su madre. Es una de esas mujeres que resulta necesario mencionar en formaciones de fotografía y escritura. Creo que, al descubrir su obra, confronté la idea de que es posible dialogar con una persona aunque no tenga la intención de escucharnos y que en ese acto de orientar la palabra hacia la otredad también hay un ápice de liberación y rebeldía. A veces, el puente que existe entre dos personas se rompe y eso hace que pasemos a tener un significado distinto para la otra persona: nos dignifica o produce el efecto contrario, dejamos de saber quiénes somos. Siento que esto ocurre con frecuencia entre madres e hijas. Afrontar esta idea se convirtió en el motor de mi escritura, necesitaba escribir desde la posición de la extraña en la familia, volver a armar las piezas, recuperar mi voz. Sobre el dolor, ya escribía cuando era niña, construí un registro que situaba a mi madre en el centro de la escritura junto al yo. Incluso por aquel entonces, intentaba decirle que me sentía asustada y sola. Todavía guardo con cariño algunos de esos fragmentos, significaron el inicio de esta obra.

En tu opinión, ¿cuál es el papel de la herida en la poesía y cómo crees que tus versos pueden ayudar a otras personas a reflexionar sobre sus propias experiencias?

Creo que toda herida tiene un nombre y es capaz de evocar una imagen, aunque no siempre podamos reconocerla. Hay algo muy hermoso que escuché decir hace tiempo y es que la poesía, como género, se compone de imágenes, solo necesita de alguien que las vea, aunque no necesariamente esas imágenes pertenezcan a la autora, es como si las palabras funcionaran de espejo. De las tres personas que leyeron mi libro antes de publicarlo, dos de ellas, al compartir conmigo qué sintieron tras su lectura, mencionaron a su madre. Sentían que el libro no hablaba tanto de mí o de mi propia historia sino de la suya. Es curioso porque, en el texto, también hago mención a otros miembros de la familia y, por ahora, nadie se ha dado cuenta. Hay algo en la escritura, sobre todo en la escritura que nace en los márgenes, en la periferia, que nos conecta con la vulnerabilidad de la otra persona. No sé si este libro hará que otras personas reflexionen sobre su historia pero me gustaría que, después de leerlo, entiendan que apostar por el silencio, la mayoría de las veces, acaba por enfermarnos.

¿Cómo lograste encontrar un equilibrio entre la vulnerabilidad personal y la universalidad en los temas que abordas en tus poemas?

La verdad es que todavía no he conseguido encontrar el equilibrio, de hecho, creo que hay mucho de mí pero también de los otros en todo lo que escribo. Siento que la autoficción se tiñe de lo propio, pero no nos pertenece del todo. Como si formáramos parte de una red, somos el resultado de las voces que nos acompañaron, ya sea por formar parte de la misma cultura, la misma generación, la familia. Simplemente no pienso en ello, escribo por impulso, por necesidad. Cuido lo que digo por respeto a los demás aunque, desde hace tiempo, no soy partidaria de utilizar la censura. Hablar de esto me hace pensar en la genealogía de autoras. El coraje es capaz de expandirse, se ramifica, e impulsa a las que van caminando por detrás, esperando su momento para ser escuchadas. Quizá sea entonces cuando la vulnerabilidad personal se una con la universalidad de los temas que aborda la literatura. Quizá no sea necesario encontrar el equilibrio.

¿Hay algún poema en particular que consideres más significativo o representativo de tu viaje emocional, y qué lo hace especial para ti?

No sabría decirte, han pasado muchos años desde que escribí este libro y tengo la sensación de ser una persona distinta. Sin embargo, hay un poema que escribí después de haber sido agredida y en el que traté de registrar cómo mi madre estuvo a mi lado, sosteniéndome en mi dolor. Si pudiera ponerle una imagen a esas palabras tendría que sacarla de mi memoria. Al pensar en ese poema, visualizo la silla de madera que había en la terraza, la ventana abierta, el parque iluminado por las farolas. No recuerdo la fecha exacta, pero hacía frío. Dudo que estos versos representen la totalidad de este libro, lo que hay detrás de la escritura, pero podría recitarlo de memoria y no puedo decir lo mismo con el resto.

¿Qué esperas que los lectores sientan o reflexionen al leer tu poemario, y qué mensaje te gustaría transmitir a través de tus palabras?

Qué pregunta tan difícil. La verdad es que no tengo ninguna expectativa aunque hay algo que me gustaría y es que hagan lo posible por separar a la autora de la obra, siempre he pensado que somos personas distintas en la escritura. Creo que también es importante dejar a un lado la empatía para leer este libro. Cuando alguien lo lea no quiero que piense: pobrecita, se ha debido de sentir muy sola. Lo que quiero es que conecten con el relato, la calidad narrativa, la posibilidad de hacer algo con las cosas que la vida nos entrega. Quiero que descubran que hay muchísimas maneras de contar las cosas, que es necesario hacerlo, que debemos perder el miedo, alzar la voz. 

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